A Luis lo conocí en mi antiguo puesto de trabajo. Era proveedor de mi empresa.

Entonces ya pude comprobar que era un hombre trabajador y honrado.

 

Pasado el tiempo coincidimos en el estadio de nuestro Levante U.D. y nos hicimos amigos. A parte de esa temporada de fútbol (no recuerdo si fueron dos) no hemos tenido demasiado contacto. Nos hemos llamado por teléfono de vez en cuando y compuse una canción para su empresa que por motivos económicos nunca hemos podido grabar.

 

Y entonces, ¿por qué esta entrada?

La respuesta está en la palabra ‘grandeza’.

Porque cuando conoces y tratas con personas como Luis, te das cuenta de que la grandeza no está en conseguir cien mil reproducciones en Spotify, en vender diez mil ejemplares de un libro o en tener un millón de fans en Facebook.

 

La grandeza está llena de pequeñas cosas, de detalles. Y habita en los corazones, no en las redes sociales.

La grandeza de Luis reside en su sencillez y humildad. En su humanidad.

 

Luis tiene una familia estupenda, y eso no cae regalado de un árbol. Es un hombre bueno, honesto, honrado y trabajador. Alguien que se partirá la espalda por ayudar a un amigo (y esto es literal), que ama a los suyos y que trata con cariño y respeto a todo aquel que se cruza en su camino.

 

Es un payaso. Uno de esos tipos geniales que se esconde tras una nariz de goma y una peluca para hacer sonreír a los niños, de forma altruista y feliz. Porque estoy convencido de que Luis, a pesar de todos los problemas de la vida, es un tipo feliz; y lo es por todas esas cualidades que he ido desgranando en este texto. Y por tener una familia maravillosa.

 

Grandeza.